miércoles, 1 de marzo de 2023

Cuento de navidad

 Cuento de navidad


Son las cuatro de la tarde, el sol se clava en la mitad del cielo calentando todo de manera sofocante. Yo paseo vestida de duende por una calle repleta de gente. Llevo unas pantys de colores que me hacen parecer un bastón de navidad. Encima voy con un delantal rojo, algo deshilachado, con unos pinitos verdes pegados que si los tiro se desprenden. Mi cabeza va coronada con un cintillo de astas de reno. Voy entregando flyers impresos en blanco y negro, sin ningún diseño especial, son solo unos rectángulos hechos en Word que llevan escrito: Cuentacuentos Navideños, Teatro La Victoria, 17:00pm. Entrada a 3.000 pesos. Ni siquiera puedo llamarlos flyers.


El sol me sigue como un reflector burlesco que va iluminando cada uno de mis pasos avergonzados. Nadie nunca me enseñó a caminar sola por una calle llena de gente con un disfraz hecho de adornos de navidad que encontré en un supermercado chino. Visto la versión pobre de un duende navideño, con el maquillaje un poco derretido por el sol, sola, sin siquiera un flyer a color y con un escenario que tiene como fondo una cortina hecha con manteles de navidad robados de mi casa.


Me saco una foto en la calle y la subo a mis historias de Instagram para sentirme acompañada en este momento repleto de vergüenza ajena. Reírse de una misma sirve para aligerar las cosas.


El Teatro en el que presento es reconocido, hacen shows de comedia que se llenan, además está en un barrio acomodado de la ciudad. Cuando mando la presentación de mi cuentacuentos lo reciben interesados, me sorprendo y comienzo a preparar un espectáculo al cual le tenía tan poca fe que ni siquiera estaba totalmente preparado. Pero ellos no lo saben y me arman un afiche lindo, lo ponen en la vitrina del teatro, al lado de otras presentaciones, mucho más profesionales. Comienzo a preparar mi pequeño espectáculo, lo ensayo todos los días para un público imaginario. Se lo muestro a mi público familiar para escuchar sus sugerencias, para ver cómo reaccionan, si se quedan serios en las partes donde deben reírse o si comienzan a mover la pierna como mensaje de inquietud porque están aburridos.


Mi show no es profesional ni siquiera soy actriz, tan solo llevo un año contando cuentos. Es la primera vez que presento algo afuera de una biblioteca. Hacer presentaciones en colegios para grupos de 40 niños no es tan difícil. Las profesoras inspiran respeto, autoridad, basta con que miren serias al niño bullicioso para que éste se calle. El espacio escolar es seguro porque, aunque tu presentación sea mala, los niños van a mirarte impertérritos sabiendo que al menos eso es mejor que estar en clases. Cualquier cosa es mejor que estar en clases. Sin embargo, fuera del colegio impera la niñez en todo su esplendor. “Mamá, quiero un helado”, “Mamá, quiero jugar”, y lo peor: “Mamá, estoy aburrido”. No hay nada más terrible para una aprendiz de teatro que escuchar esas palabras. Los niños no tienen filtro, no se quedan sentados mirándote solo por respeto. Si al niño no te lo ganas, si no mantienes su atención, se va, así de simple, así de duro.


En mi presentación anterior estuvieron cinco niños, se rieron, mantuve su atención por 30 minutos y di mi misión por lograda. En la presentación anterior a esa, el debut, estuvieron solo tres niños, además de mi hermana con mi sobrino. El número fue bajo, pero me tranquilicé pensando que era la primera vez. La segunda estuvo un poco mejor, pero me dije que era la falta de publicidad. Ahora es la tercera vez y estoy más nerviosa que las otras. Me cuesta pararme sola al frente del teatro e invitar a la gente a entrar “¡¡SHOW DE CUENTACUENTOS NAVIDEÑOS!! ¡¡PASE, PASE!!”. Comienzo a respetar como a unos santos al artista callejero, al vendedor ambulante, al cantante acostumbrado a no recibir aplausos, solo un par de monedas entregadas con compasión por algunas señoras. Les rezo con la ingenuidad de obtener al menos un poco de su ánimo impasible. Aunque trato no me da la voz para gritar “PARA EL REGALÓN Y LA REGALONA DE LA CASA”, se me vuelve bajita apenas cruzo la mirada con alguien. Quizá no tengo el coraje suficiente para abordar la calle.


Se acerca la hora del show y no ha entrado ningún niño. Voy al baño y al mirarme en el espejo comienzo a sentirme como en un capítulo de algún concurso de talentos, lista para presentar un espectáculo frente a la jueza más pesada. Es como si en plena presentación el público se callara al final de un chiste o desafinara justo en la nota más alta ¿Pero quién me mandó a presentar sola en un teatro?

Al final, me saco otra foto para subir a Instagram, ahí mismo frente al espejo, porque a pesar de todo me veo linda. Nunca pensé que unas astas de reno combinaran tan bien con mi cara.


Comienza la hora del espectáculo sin ningún ticket vendido. Me acerco a la boletería para avisarle a la coordinadora que no llegó gente así que voy a cancelar el show. Le aviso también que, en verdad, es mejor suspender también la fecha siguiente porque es post navidad y si ya no vinieron tantos niños a las primeras funciones, a la última no va a venir nadie.


Antes de empezar a guardar mis cosas, me saco otras fotos para subir a mis historias de Instagram, les escribo encima: “Siempre dicen que todos suben cosas felices, así que les contaré algo triste. Hoy no vino nadie a mi función así que la suspendí”. Pongo No one de Alice Keys de fondo para acompañar la historia.


Me voy del teatro y le hablo a algunas amigas actrices que conozco: “¿Alguna vez te ha pasado esto? ¿Has hecho un show al que no ha llegado gente?”. Me responden todas “Sí, es normal, la gente no va mucho al teatro”. Me prometo a mí misma no volver a hacer un espectáculo sola en un teatro grande, quizá sí acompañada de más gente con quien nos contengamos y nos subamos el ánimo. 


A pesar de todo, no me siento fracasada, no como cuando me fui llorando en el metro después de contar unos cuentos en un cumpleaños, donde los niños prefirieron ir a jugar al castillo inflable que escucharme. Si yo hubiera sido una de esas niñas me habría quedado escuchando a la chica de los cuentos, solo por empatía, porque a esa corta edad ya sabía lo que era estar sola. Ese día me fui llorando, pero hoy no. Me dije “Bueno, estas cosas pasan. Al menos lo intentaste”. 


Nadie me enseñó a montar un espectáculo escénico, a tener carácter y tolerancia a la frustración cuando a una obra le va mal. No estudié Teatro, el arte escénico lo he ido aprendiendo desde la intuición y la vista. Me faltan herramientas. Me lancé a este oficio por amor y necesidad. El trabajo de ocho de la mañana a seis de la tarde, no era para mí, por lo que la independencia se veía llamativa. Sin embargo, el trabajo hay que hacérselo, nadie te lo da, y si te lo dan hay que ganárselo. 


Todas las cosas tienen su Lado A y su Lado B, tener más tiempo a veces significa tener menos dinero; tener libertad significa menos estabilidad. 


Me devuelvo a mi casa, un poco frustrada, pero sintiéndome valiente, como los santos nuevos a los que les rezo. Nadie fue a mi show, pero sin herramientas me atreví a hacerlo. Sigo buscando las formas de pagarme la vida yo misma, sin ningún sueldo fijo a fin de mes que me amarre a un horario, a una jefa y a un lugar. Tomo el metro de vuelta a mi pieza arrendada, con la victoria que solo puede sentir un tonto o un artista callejero, sintiéndome libre.


sábado, 23 de julio de 2022

¿Pueden llorar las flores?

 Qué sentirán las flores cuando son arrancadas de cuajo de la tierra, cuando quedan tiradas en el suelo con todas sus raíces al aire, cuando son separadas de algún pasto o maleza que creían suyo, cuando son deshojadas lentamente de a mucho, poquito, y nada. Qué sentirán cuando les cortan de pronto su tallo para ser regaladas a quién sabe qué personas. A alguien le importará acaso que haya algunas flores tristes por ahí, marchitándose al sol dentro de una botella. 


Las flores lloran, las he visto. Por eso son tan tristes las florerías y los casamientos.


Las Brutas

Somos las que nacimos sin derecho a metáforas

apenas tuvimos derecho de nacimiento.

Llegamos en patota y de golpe

como las balas que cruzaban el cielo

cuando aparecimos rasgando las sábanas.


Somos las que tienen los ojos llenos de tierra

las manos rajadas con detergente

las uñas cortas, embarradas, brutas.

Somos las que están marcadas

con signos trágicos en el vientre.


Nuestros corazones pegan fuerte

porque así nos enseñaron a sobrevivir

antes de vivir.


Un día vamos a ladrar tan fuerte

que nos volverá la voz,

y el polvo que nos echaron encima

se irá lejos de nosotras.

Un día bordaremos un mantel

tan grande

que cubrirá todas las penas

derramadas en la tierra.


Un día corremos a pie pelado

por entre árboles y avenidas,

y sacaremos del barro

todos los fuegos que nos han apagado,

todas las risas que se han malgastado,

todas las muertas que nos han enterrado,

todo, todo, lo que nos han quitado.


La ciudad vacía


Llévame lejos de acá, lejos. No soporto los largos días de tedio encerrada en una casa que no me corresponde. Somos juguetes perdidos en un cajón que no se volvió a abrir.

Hay dolores que no pueden escribirse, que te enmudecen hasta el alma. Dime dónde está el camino de vuelta, ya no quiero caminar por las calles donde no te encuentro, donde no estás. Llévame lejos de acá.


"Es muy fácil y cómodo echarle la culpa al otro. Así uno se justifica para no hacer nada. 

Siempre los otros están equivocados. Sin embargo, esa actitud es muy "peligrosa", porque 

te deja en el papel de víctima. Recuerden que una "víctima" siempre va a encontrar a un

 "victimario" para mantenerla atrapada. Es más positivo si te haces responsable de ti 

mismo, te miras, te asumes y ejerces tu poder como ser humano. Lo fácil no siempre es 

lo mejor." GL

domingo, 22 de marzo de 2015

Ítaca

Cuando te encuentres de camino a Ítaca, 
desea que sea largo el camino, 
lleno de aventuras, lleno de conocimientos. 
A los Lestrigones y a los Cíclopes, 
al enojado Poseidón no temas,
tales en tu camino nunca encontrarás, 
si mantienes tu pensamiento elevado, y selecta 
emoción tu espíritu y tu cuerpo tienta. 

A los Lestrigones y a los Cíclopes,
al fiero Poseidón no encontrarás, 
si no los llevas dentro de tu alma, 
si tu alma no los coloca ante ti.

Desea que sea largo el camino. 
Que sean muchas las mañanas estivales 
en que con qué alegría, con qué gozo 
arribes a puertos nunca antes vistos, 
deténte en los emporios fenicios, 
y adquiere mercancías preciosas, 
nácares y corales, ámbar y ébano, 
y perfumes sensuales de todo tipo, 
cuántos más perfumes sensuales puedas, 
ve a ciudades de Egipto, a muchas, 
aprende y aprende de los instruidos.

Ten siempre en tu mente a Ítaca. 
La llegada allí es tu destino. 
Pero no apresures tu viaje en absoluto. 
Mejor que dure muchos años, 
y ya anciano recales en la isla, 
rico con cuanto ganaste en el camino, 
sin esperar que te dé riquezas Ítaca.

Ítaca te dio el bello viaje. 
Sin ella no habrías emprendido el camino. 
Pero no tiene más que darte.

Y si pobre la encuentras, Ítaca no te engañó. 
Así sabio como te hiciste, con tanta experiencia,
comprenderás ya qué significan las Ítacas.


*Constantino Kavafis

viernes, 13 de marzo de 2015

A Love Song

 What have I to say to you
When we shall meet?
Yet—
I lie here thinking of you.

The stain of love
Is upon the world.
Yellow, yellow, yellow,
It eats into the leaves,
Smears with saffron
The horned branches that lean
Heavily
Against a smooth purple sky.

There is no light—
Only a honey-thick stain
That drips from leaf to leaf
And limb to limb
Spoiling the colours
Of the whole world.

I am alone.
The weight of love
Has buoyed me up
Till my head
Knocks against the sky.

See me!
My hair is dripping with nectar—
Starlings carry it
On their black wings.
See, at last
My arms and my hands
Are lying idle.

How can I tell
If I shall ever love you again
As I do now?




*William Carlos Williams