Y evitar así
los oscuros laberintos
de la mente;
las dudas,
las preguntas, la incertidumbre.
Las palabras hirientes
las contradicciones,
el miedo.
Hablar,
solamente,
desde aquel punto en mi pecho
donde nace el fuego,
sin la lina negra,
sin el fujo imprevisible
de las mareas.
Después de todo,
¿para qué perderme
en el abecedario,
cuando sólo quiero decir
te amo?