lunes, 21 de febrero de 2011

Ropa usada

Muchas veces he oído decir que Santiago es fome; que no tiene ni un brillo; que vale callampa; que es feo; que está lleno de smog, pero a mí me gusta, aunque como a un pequeño botón de rosa del jardín de las flores de Alicia, me callen. He visto, vivido y escuchado miles de situaciones que desprendo de mi boca como un libro de aventuras con dibujos coloridos, cada vez que alguien me dice que la Capital es chanta.


Recuerdo como una vez, a las tres de la mañana en plena población, un hombre que salía de un bar fue acorralado por otro y amenazado a entregar todo lo que tenía. Cuando en un arranque de valentía, digno de película gringa, le arrebató el cuchillo y viendo al asaltante en sus manos le quitó las zapatillas, la chaqueta y las cuatro lucas que llevaba. Aunque nunca menciono que el tipo éste, es un musculoso de dos metros apodado “El Gorila”. También suelto que una vez en el metro, un joven alto, medio feo y con pinta de universitario, me empezó a hablar como si nada, sin un hola o una piscola previa, así no más. Me hablaba de política, de comerciales, de que la gente se asustaba y lo miraba raro cuando él hacía esto. ¿Por qué lo harán?, le dije. Y seguía hablando y hablando.

Yo sólo le contestaba con sonrisas y monosílabos, no porque quisiera si no porque claro, él estaba ocupado hablando y hablando. Su idea no era conversar, era más bien que lo escucharan. Intenté adivinar sus traumas y lo psicoanalicé, hasta que me bajé del metro y vi como de pronto le hablaba a una señora. El tren se fue y me quedé ahí riendo sola en pleno andén. Las personas me miraban raro, por no seguir el protocolo de sociedad capitalina impuesto desde siempre, pero en el fondo de sus miradas veía algo más, un destello de simpatía que algunos me mostraron sin problemas riendo también.


Otra de mis historias favoritas es cuando una amiga iba caminando en el centro, y un tipo gordo la saludó: ¡Natalia, tanto tiempo! ¿Cómo has estado?. La apartó de él, y le preguntó qué se había hecho que estaba tan diferente ¿Te compraste lentes de contacto?. Mi amiga en cuestión, muerta de vergüenza como lo son las colegialas cuando andan sin compañía, apenas le sonrió asustada. Hasta que el tipo después de hablarle de su esposa, sus dos hijos, la muerte de su padre y el nuevo trabajo de su hermana. Notó que ella no era la Natalia, le pidió disculpas y se fue. Lo más extraño, es que ya lo ha vuelto a ver con muchas personas hacer lo mismo, y lo aún más extraño, es que ella ahora también lo hace. Pero con la excusa de conocer chicos.


Santiago no es fome, pasa que es tímido y se esconde en cada persona, en forma de anécdota. A veces lo he visto con cuerpo, vestido de mujer, con un cintillo en la cabeza, lleno de trapos, empujando un carrito de supermercado con diarios y cachureos que vende ahora en Lastarria. Incluso le cambiaron el nombre para ocultar su identidad de ciudad, ahora le dicen el anticristo y da su opinión acerca de diversos temas, siempre y cuando digas que eres su “amiguíssimo”. También lo he visto de otras formas, pero siempre mantiene un factor común. El carrito lo lleva cuando se disfraza de un enfermito mental que vende chicles, galletas y chocolates. Que siempre te dice hola y si lo saludas de vuelta te regala su gran sonrisa. Y que si le compras algo te dice como es la vida. Me ha dicho que es como un paquete de Maribel, un sobre de Chubis y un trocido de Nikolo. Frases profundas que remata con una risa y un “me encanta Forrest Gump”.


Los diarios los vende como un hombre con cara de psicópata al precio módico que tú quieras, en el Parque Forestal, la Plaza de Armas o el Parque Balmaceda, no sin antes llenarte de piropos aprendidos de su abuelo tales como “eres un postre” o “perdóname, pero debo decirte que eres hermosa”, sólo que para recibir sus atenciones debes ir en grupo o mejor aún en pareja, que son quienes nunca le fallan, aunque sepan que sus diarios “internacionales” como los llama él, son tan viejos que ya ni circulan; lo más reciente son sus folletos de actividades gratis, que te pasa al principio como si fueran un regalo, y que tú ansioso le recibes, con ganas de saber qué panorama bueno te perdiste, y que otro mejor te espera, con la agradable nota de entrada liberada, pero cuando se va te los quita a menos a menos que le pases más de cincuenta pesos. Y así se pierde dando la espalda, y devolviéndote una mirada loca, con sus ojos bien abiertos. Santiago es como la ropa usada, suena feo y no promete mucho, pero si buscas bien y lo miras con detención, una de sus palomas te guiñará un ojo.