XXXI (de Elizabeth Barrett Browning)
Todo se dijo entonces sin palabras.
Ante ti, como niña bajo el sol,
estaba yo con alma temblorosa,
parpadeando feliz con una muda,
desbordante alegría. Ahora me acuso
de dudar un segundo, mucho más
que por aquel pecado, por el hecho
de no sentir la bendición de aquella
mutua presencia. Quédate a mi lado,
cobíjame en tus alas y si vuelven
mis miedos, apacígualos sereno
con tu ancho corazón. Ven y protege
mis trémulas ideas desoladas
como perdidos pájaros del aire.