lunes, 25 de abril de 2011

"Epitafio" Gonzalo Rojas

Se dirá en el adiós que ame los pájaros salvajes, el aullido
cerrado ahí, tersa la tabla
de no morir, las flores:
aquí yace
Gonzalo cuando el viento
y unas pobres mujeres lo lloraron.

miércoles, 13 de abril de 2011

Tokio Blues (Norwegian wood), Haruki Murakami


—¿Has leído El capital de Karl Marx? —me preguntó Midori.
—Sí. Como la mayoría de la gente.—¿Y lo has entendido?
—Algunos pasajes sí, pero otros no. Para poder leer El capital, antes es necesario haber adquirido un sistema de pensamiento. Pero, en general, entiendo el marxismo bastante bien.
—¿Crees que un estudiante de primero de universidad que no haya leído muchos libros de
ese estilo puede entenderlo?
—Creo que no —dije.
—Cuando ingresé en la universidad, entré en un club de música folk porque me apetecía cantar. Pero aquel sitio estaba lleno de impostores. Cuando me acuerdo de ellos, se me ponen los pelos de punta. Al entrar allí, lo primero que te hacían leer era El capital. «Para el próximo día, lee de tal a tal página.» Según el discursito que nos soltaron, la música folk estaba íntimamente ligada a la sociedad y al movimiento radical. ¡Ya ves tú! En cuanto llegaba a casa, me esforzaba en leer a Marx. Pero no entendía nada. Aquello era peor que el modo condicional. Desistí a la tercera página. En la siguiente reunión dije que lo había leído pero que no había entendido nada. A partir de entonces me trataron de imbécil: que no tenía conciencia de los problemas, que me faltaba conciencia social... No bromeo. Y todo por decir que no entendía un texto. ¿No te parece alucinante?
—Sí.
—Los «debates» también eran terribles. Todos utilizaban palabras complicadas y ponían cara de entenderlo todo. Como no me aclaraba, volví a preguntar: «¿Qué es la explotación imperialista? ¿Tiene alguna relación con la Compañía de las Indias Orientales?». O esto otro: «¡Abajo la comunidad industrial-académica! ¿Significa que al salir de la universidad uno no puede encontrar trabajo en una empresa?». Nadie supo explicármelo. Al contrario, se enfadaron ostensiblemente. ¿Puedes creerlo?
—Sí.
—Me gritaban: «¿Cómo puede ser que no entiendas estas cosas? ¿Qué tienes en la cabeza?». Y ése fue el fin. Quizás yo no soy muy inteligente. Pertenezco al pueblo. Pero ¿no es el pueblo el que hace funcionar el mundo? ¿Acaso no es el pueblo el explotado? ¿Qué revolución es ésa en que se alardea de palabras complicadas que el pueblo no entiende? ¿Qué clase de cambio social es ése? Yo también quiero mejorar el mundo. Pienso que, si alguien está siendo explotado, esto tiene que terminar. Y de ahí vienen mis preguntas. ¿Tengo razón?
—Sí, tienes razón.
—Entonces llegué a la conclusión de que todos aquellos tíos eran unos impostores. Que se sentían felices fanfarroneando con palabras complicadas, que sólo pretendían impresionar a las alumnas de primero y meterles mano bajo las faldas. Y que, al terminar cuarto, se cortarían el pelo, buscarían un empleo en Mitsubishi-Shōji, en Tokyo Broadcasting System, IBM o en el banco Fuji, se casarían con unas bellezas que no hubieran leído a Marx en su vida y les pondrían nombres repelentes a sus hijos, de ésos rebuscados. ¿«Abajo la comunidad industrial-académica»? Era para llorar de risa... No te imaginas a los nuevos. Pese a no entender nada, ponían cara de sabelotodo y se reían de mí. Incluso me soltaban: «Eres tonta. Aunque no entiendas nada, tú diles "Sí, sí. ¡Y tanto!", y ya está». Hay una cosa que aún me molestó más. ¿Quieres que te la cuente?
—Sí.
—Un día nos convocaron a una reunión política a medianoche, y a las chicas nos dijeron que lleváramos veinte onigiri cada una. ¡No bromeo! ¿No te parece una discriminación sexual? Pero, en fin, como siempre era el motivo de la discordia, decidí hacer los veinte onigiri sin rechistar. Les metí umeboshi dentro y los envolví con nori. ¿Y sabes qué me dijeron? Que dentro de mis onigiri sólo había umeboshi y que no había traído nada más. Por lo visto, las otras chicas los habían rellenado con salmón o huevas de bacalao y los habían acompañado de tortilla. Me puse tan furiosa que no me salían las palabras. ¿Aquellos tíos que se llenaban la boca hablando de la revolución protestaban por unos onigiri que iban a comerse a medianoche? ¿No era suficiente para ellos unos onigiri con umeboshi dentro y envueltos en nori? ¡Pensad en los niños de la India!
Me reí a mandíbula batiente.
—¿Y qué hiciste con el club de estudiantes?
—Dejé de ir en junio. Ya estaba harta. No aguantaba más —explicó Midori—. La mayoría de chicos en esta universidad son unos idiotas. Viven temblando de miedo de que los demás se den cuenta de que no saben algo. Todos leen los mismos libros, dicen las mismas cosas, todos se emocionan escuchando a John Coltrane y viendo películas de Pasolini. ¿Es esto la revolución?
—Jamás he visto una, así que no puedo decírtelo.
—Si esto es la revolución, yo no la quiero para nada. Me fusilarían por no meter más que umeboshi en los onigiri. Y a ti te fusilarían por entender el modo condicional.
—Es posible —dije.
—Yo eso lo sé muy bien. Porque soy del pueblo. Haya o no revolución, el pueblo seguirá sin contar para nada y tirando para adelante, día a día. ¿Qué es la revolución? No es sólo cambiar el nombre del ayuntamiento. Pero aquellos personajes no tenían ni idea. Ellos fanfarroneaban diciendo tonterías. ¿Has visto alguna vez a un inspector de Hacienda?
—No.
—Yo sí. Muchas veces. Entran tan resueltos en las casas ajenas, dándose importancia: «¿Qué es este libro de contabilidad? Veo que todo está un poco manga por hombro. ¿De verdad cree que esto es un gasto? Enséñeme los recibos. ¡Los recibos!». Nosotros estábamos agazapados en un rincón de la tienda y, al llegar la hora de comer, hacíamos traer sushi. Mi padre jamás intentó estafar con los impuestos. Él es así. Chapado a la antigua. No obstante, el inspector de Hacienda iba protestando por todo. «Los ingresos son un poco bajos, ¿no le parece?» Los ingresos eran bajos porque ganábamos cuatro perras. Cuando nos decía eso nos sentíamos humillados. Me daban ganas de gritarle: «¡Vete a hacer eso a un sitio donde haya más dinero!». Watanabe, ¿crees que si triunfara la revolución cambiaría la actitud de los inspectores de Hacienda?
—Lo dudo muchísimo.
—Entonces yo no creo en la revolución. Yo sólo creo en el amor.
—¡Di que sí! —grité.
—¡Eso es! —exclamó Midori

jueves, 7 de abril de 2011

Sin título

El mundo se vuelve vacío
sus manos esquivan el viento.
Los días pasan rápido
no haces más que dormir
dormir despierta.
Los atardeceres deprimen el corazón
te dicen al oído que todo acabó
lo susurran en puntos suspensivos.
La luna es tu mejor amiga,
pero hay veces que no te entiende
y otras tantas no puedes verla
pues tus ojos se encuentran nublados.

Tu piel es un desierto,
tu espíritu no tiene más que soplos
aullidos invernales mientras
afuera reverdece.
Perdiste el amor en un vagón de tren
saltó por la ventana,
de seguro aún sigue con frío escondido entre los rieles.
Corres las cortinas
y el mundo sigue su movimiento habitual
y tú estás en pausa,
desenchufada,
esperando un shock eléctrico que vuelva a darte vida.

El momento es todo lo que tienes,
pero el pasado,
los recuerdos,
es lo único que, en verdad, tienes.
Sólo queda caer
cuando te has perdido a ti misma,
sólo queda esperar
cuando todos pasan alrededor sin dar limosnas,
sólo queda mirar la noche sin palabras.
A lo lejos,
un espejo se rompe.

martes, 5 de abril de 2011

"Abecedario" Pedro Aznar

Yo querría poder usar contigo, la voz de la poesía el tiempo todo.
Y evitar así
los oscuros laberintos de la mente; las dudas, las preguntas, la incertidumbre. Las palabras hirientes las contradicciones, el miedo. Hablar, solamente, desde aquel punto en mi pecho donde nace el fuego, sin la lina negra, sin el fujo imprevisible de las mareas. Después de todo, ¿para qué perderme en el abecedario, cuando sólo quiero decir te amo?

"Hombre que mira más allá de sus narices" Mario Benedetti

Hoy me despierto tosco y solitario
no tengo a nadie para dar mis quejas
nadie a quien echar mis culpas de quietud

Sé que hoy me van a cerrar todas las puertas
y que no llegará cierta
carta que espero
que habrá malas noticias en los diarios
que la que quiero no pensará en mí
y lo que es muchísimo peor
que pensarán en mi los coroneles
que el mundo será un oscuro
paquete de angustias
que muchos otros aquí o en cualquier parte
se sentirán también toscos y solos
que el cielo se derrumbará
como un techo podrido
y hasta mi sombra
se burlará de mis confianzas

menos mal
que me conozco

menos mal que mañana
o a más tardar pasado

sé que despertaré alegre y solidario
con mi culpita bien lavada y planchada
y no solo se me abrirán las puertas
sino tambien las ventanas y las vidas
y la carta que espero llegará
y la leeré seis o siete veces
y las malas noticias de los diarios
no alcanzarán a cubrir las buenas nuevas
y la que quiero
pensará en mi hasta conmoverse
y lo que es muchísimo mejor
los coroneles me echarán al olvido
y no solo yo muchos otros tambien
se sentirán solidarios y alegres
y a nadie le importará
que el cielo se derrumbe
y más de uno dirá que ya era hora
y mi sombra empezará a mirarme con respeto

será buena
tan buena la jornada
que desde ya
mi soledad se espanta.

"Yo fui la más callada..." Julia de Burgos


Yo fui la más callada
de todas las que hicieron el viaje hasta tu puerto.

No me anunciaron lúbricas ceremonias sociales,
ni las sordas campanas de ancestrales reflejos;
mi ruta era la música salvaje de los pájaros
que soltaba a los aires mi bondad en revuelo...

No me cargaron buques pesados de opulencia,
ni alfombras orientales apoyaron mi cuerpo;
encima de los buques mi rostro aparecía
silbando en la redonda sencillez de los vientos.

No pesé la armonía de ambiciones triviales
que prometía tu mano colmada de destellos:
sólo pesé en el suelo de mi espíritu ágil
el trágico abandono que ocultaba tu gesto.

Tu dualidad perenne la marcó mi sed ávida.
Te parecías al mar, resonante y discreto.
Sobre ti fui pasando mis horarios perdidos.
Sobre mí te seguiste como el sol en los pétalos.

Y caminé en la brisa de tu dolor caído
con la tristeza ingenua de saberme en lo cierto:
tu vida era un profundo batir de inquietas fuentes
en inmenso río blando corriendo hacia el desierto.

Un día, por las playas amarillas de histeria,
muchas caras ocultas de ambición te siguieron;
por tu oleaje de lágrimas arrancadas al cosmos
se colaron las voces sin cruzar tu misterio...

Yo fui la más callada.
La voz casi sin eco.
La conciencia tendida en sílaba de angustia,
desparramada y tierna, por todos los silencios.

Yo fui la más callada.
La que saltó la tierra sin más arma que un verso.
¡Y aquí me veis, estrellas,
desparramada y tierna, con su amor en mi pecho!

"Canto Nupcial (título provisorio)" Susana Thénon


me he casado
me he casado conmigo
me he dado el sí
un sí que tardó años en llegar
años de sufrimientos indecibles
de llorar con la lluvia
de encerrarme en la pieza
porque yo -el gran amor de mi existencia-
no me llamaba
no me escribía
no me visitaba
y a veces cuando juntaba yo el coraje de llamarme
para decirme: hola ¿estoy bien?
yo me hacía negar
llegué incluso a escribirme en una lista de clavos
a los que no quería conectarme
porque daban la lata
porque me perseguían
porque me acorralaban
porque me reventaban
al final ni disimulaba yo
cuando yo me requería
me daba a entender
finamente
que me tenía podrida
y una vez dejé de llamarme
y dejé de llamarme
y pasó tanto tiempo que me extrañé
entonces dije
¿cuánto hace que no me llamo?
añares
debe de hacer añares
y me llamé y atendí yo y no podía creerlo
porque aunque parezca mentira
no había cicatrizado
solo me había ido en sangre
entonces me dije: hola ¿soy yo?
soy yo, my life, y añadí:
hace muchísimo que no sabemos nada
yo de mí ni mí de yo
¿quiero venir a casa?
sí, dije yo
y volvimos a encontrarnos
con paz
yo me sentía bien junto conmigo
igual que yo
que me sentía bien junto conmigo
y así
de un día para el otro
me casé y me casé
y estoy junto
y ni la muerte puede separarme.

lunes, 4 de abril de 2011

"El poeta es un fingidor" Fernando Pessoa


El poeta es un fingidor.
Finge tan profundamente
que hasta finge que es dolor
el dolor que de veras siente.
Y quienes leen lo que escribe
sienten, en el dolor leído,
no los dos que el poeta vive,
sino aquél que no han tenido.
Y así va por su camino,
distrayendo a la razón,
ese tren sin real destino
que se llama corazón.